Según una antigua tradición rabínica, todos tenemos impulsos buenos e impulsos malos. La maña no consiste en destruir el impulso malo, sino en someterlo a la dirección del bueno.
Un erudito describió esta situación como la de un buey fortísimo, pero no domado, que se unce al yugo junto con otro buey, bien adiestrado, y que sirve de guía a los demás.
Luego mientras el buey bueno dirige, toda la fuerza del buey malo puede aprovecharse en tareas benéficas.
De manera similar, nuestra ira, negatividad o infelicidad, si las encausamos en la dirección correcta, pueden dar combustible y potencia a nuestra vida. ¡Pero debe haber buenos bueyes!
El lado bueno de nuestro ser debe nutrirse, y ha de ser el que gobierne. Lo que sucede es que, en mucha gente, el buey malo, durante toda nuestra vida, es el que dirige nuestros actos.