martes, 31 de mayo de 2011

De los hombres utiles

Una tarde nublada de mayo, Jorge -de escasos 12 años- paseaba con su abuelo por la plaza del pueblo donde vivian. Disfrutaban el caminar saludando a la gente, deteniendose en un lado a platicar con don Panchito el de la tienda de la esquina, o con don Juan el de la dulceria.

Siguieron su camino y llegaron hasta el cuartito donde don Pedro tenia su taller para reparar zapatos y cual fue su sorpresa que en ese preciso momento un cliente insatisfecho le reclamaba de fea manera una reparacion que, en apariencia, fue defectuosa.

Don Pedrito escuchaba calmadamente el airado reclamo y una vez que el cliente termino le pidió disculpas y prometió arreglar el error, pidiendole que pasara a recogerlo el dia de mañana a primera hora.

Despues de presenciar esa penosa situacion siguieron su camino hasta llegar al cafe de doña Lupe donde tomaron una mesa con vista a la calle.

En la mesa de al lado se encontraba un hombre con apariencia de importante que ocupaba mas espacio del necesario y obstruia el paso hacia las mesas del fondo. El mozo que atendia le pidio amablemente que moviese un poco la silla para abrir espacio.

El hombre irrumpió con un torrente de improperios y se negó con altaneria y de manera retadora a mover la silla.

Despues de disfrutar su cafe partieron rumbo a su casa y en el camino el abuelo le dijo a Jorge: “Nunca olvides lo que viste, don Pedrito aceptó el reclamo de su cliente con humildad, mientras que ese hombre en el cafe no quiso moverse. Los hombres útiles, se preocupan por las criticas. Pero los inútiles siempre se juzgan importantes y esconden toda su incompetencia detrás de la autoridad”.
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