Cada día que pasa, seguramente estaremos más convencidos de la utilidad social de la religión. Quien insista en poner restricciones al culto religioso esta minando los valores en la sociedad.
Para comprobarlo, basta recordar la opinión de George Washington en el sentido de que la religión y la ética son los pilares gemelos de una vida nacional sana.
En efecto, la renovación religiosa reforzará la base moral que da solidez a las personas, al matrimonio, a la familia, a los centros de trabajo y, consecuentemente, a la nación.
Pero la autentica religión no configura una ética para ser socialmente útil al estado, sino para acatar la voluntad de Dios.
A mayor abundamiento, la obediencia a Dios no termina en la ética privada y personal. Se extiende, como la hicieron extensiva los profetas, a la vida publica de la sociedad.
El clamor profético por la justicia es, sin lugar a dudas, una espina en cada nación.