En “El Espíritu de las Leyes”, Montesquieu concede que si “el hombre debe ser cortés, debe también ser libre”. La cortesía puede muy bien “hacerse comerciante” y con esta calidad servir al arte de persuadir.
La cortesía -bajo ciertas circunstancias- puede transformarse en la forma más sutil de la hipocresía; se presenta, en muchas ocasiones, bajo la forma de un lenguaje convencional, casi maquinal.
Pero la cortesía llega hasta la mentira social y hasta el condicionamiento psicolinguístico, condenable cuando hace uso de “palabras cargadas de poderes cuyas intenciones, con frecuencia, son también las de ganar -a buen precio- la estima y hasta el favor de otros”.
Es esto, lo que algunos expertos quieren decir cuando definen el espíritu de la cortesía como “cierta atención para que, mediante nuestras palabras y nuestras maneras, los otros estén contentos de nosotros y de ellos mismos".
En este sentido, la cortesía suele ser artimaña al servicio de la persuasión, por cuanto es agente de la producción de un asentimiento a buen precio (lisonja, alabanza, consideración…).
La palabra refinada y los tics de la cortesía operan una captura emocional y confirman un consenso de los sentimientos.
¡Cuidado con el engaño!, y tanto mas si la cortesía no es mas que obra habitual, simple rito facilitador de la comunicación social.