Tenemos derecho, dado que no somos una fuente de energía ilimitada, a establecer prioridades, a organizar el tiempo, a descansar y abastecernos de vitalidad, a rehusar peticiones y decir no a ciertas demandas que se interponen con aquello a lo que damos primacía, a establecer metas realistas, a no dar el máximo siempre sin medida, a tener privacidad y elegir como responder a las circunstancias de la vida.
Este derecho se contrapone a algunos valores no bien analizados que exigen al ser humano cierto tipo de perfección: “debes ser siempre servicial”, “debes poder siempre con todos los retos”, “debes dar siempre lo mejor de ti”. Por ser tan extremosas estas actitudes son francamente inhumanas, objetivos -en muchas de las ocasiones- imposibles de alcanzar.
Estamos obligados a respetar los límites que nos ponen los demás y a establecer nuestras prioridades de manera respetuosa. Como con cualquier otro derecho, en nosotros esta utilizarlo o no en aras de cambios o exigencias no contempladas; por ejemplo, tenemos derecho de decir que no, pero difícilmente lo haríamos si se tratara de llevar a un enfermo al hospital o se tratara de algo que nos seria de gran utilidad personal.
¡Tenemos el derecho de elegir no ejercer un derecho!
El que alguien nos niegue algo o determine que no estamos en sus prioridades no tiene porque ser una agresión. En ocasiones nos hace falta reflexionar y comprender que los demás pueden libremente elegir darnos o no lo que necesitamos o deseamos y no merecen ser condenados por ello a no ser que el no hacerlo sea un marcado afán de perjudicar o molestar, ahí seria un “derecho injusto” el de la otra persona.