La luz roja del semáforo nos obligó a parar en la esquina de la Avenida Prestes Masia y Senador Queiros, en el corazón de Sao Paulo.
Hacía un calor terrible, mi compañero esperaba impaciente que cambiara la luz. En el asiento de atrás su hijo adolescente miraba distraído por la ventanilla del automóvil, de repente se acercó al auto un muchachito con una bolsa de manzanas en la mano.
"¡Seis por uno veinte"! -dijo con ojos suplicantes-.
Era un niño de la calle, de esos que andan por las esquinas limpiando los parabrisas, vendiendo cualquier cosa, o simplemente pidiendo una limosna. De esos que, de tanto pedir, un día deciden "tirar y correr". Y después viven corriendo, y no paran de correr en toda su vida. Era un muchacho sencillo, de esos que sin saber se transforman en discursos inflamados y artículos como éste.
Mi compañero lo miró y, a pesar del calor sofocante se dio el trabajo de buscar dinero en su bolsillo y comprar una bolsa de manzanas.
"¿Vas a comer eso aquí, en el auto?" -preguntó el hijo, con aire de experto-. "Esas manzanas están casi podridas."
"Yo no las compré para comer", respondió el padre, -"Las compré para que el muchacho pueda comer."
Fuente: Miracles on the streets, Times