La envidia, es silenciosa, y aunque se oculte, siempre deja un rastro que tarde o temprano quedará en evidencia.
El hablar mal de alguien es el síntoma más característico del envidioso; disfruta el desvalorizar al otro a los ojos de la mayor cantidad posible de personas, sobre todo las influyentes.
Hay personas que tienen como deporte preferido a la crítica. Tan pronto conocen a alguien y empiezan a buscarle defectos, se apresuran a encontrar sus debilidades y limitaciones e inmediatamente sienten la necesidad de ponerlas de manifiesto, de hacerlas públicas, de provocar el comentario malévolo de los demás.
Gustan de coleccionar detalles minuciosos de la vida privada ajena y de sus negocios; toman nota de ellas mentalmente y siempre las mencionan en alguna conversación, y más si en ellas se encuentran personajes importantes, estimados, universalmente apreciados, no pueden resistirse a la tentación de disminuirlos, de desacreditarlos.
A veces lo hacen en presencia del propio interesado, con preguntas inoportunas, con insinuaciones destinadas a ponerlo en una situación embarazosa. Pero, generalmente, entran en acción cuando el personaje está enfrascado en una conversación o acaba de retirarse. Entonces a veces con una simple frase, o con un gesto ponen en movimiento la maquinaria del chisme.
El hablar mal de alguien es contagiosa. Una vez que se ha iniciado, siempre aparece alguien que se asocia, que quiere añadir su crítica, y esto produce una reacción en cadena que los envidiosos alimentan de manera oportuna, hasta que la víctima queda hecha pedazos.
Solamente un observador atento alcanza a advertir que han sido los envidiosos quienes pusieron en movimiento el proceso y quienes lo dirigieron en la dirección deseada. La gente habitualmente no se da cuenta de que ha sido dirigida, manipulada. Solo recuerda que “todos juntos nos pusimos a chismear”.
La envidia se esconde. El maestro del chisme es muy hábil en este sentido. En ocasiones limita su intervención a unas pocas frases cómicas que bloquean todos los intentos de hablar bien del ausente. En otras, lo defiende, pero de manera tal que lo destruye aun más.
El envidiosos suele aclarar que sus comentarios son bien intencionados, que los dice para que –el criticado- mejore y por tal resulta que termina por ser considerado como un hombre brillante, de espíritu, que se ríe del mundo y de sus bajezas. Y nadie se da cuenta de que, con esta técnica, logra desvalorizar, escarnecer y hacer escarnecer por los demás a cualquiera que le haga sombra, a cualquiera que se destaque.
Cada vez que oímos o vemos que alguien habla mal de los demás o que los escarnece o se mofa de ellos sin someterse a sí mismo a igual tratamiento, lo mas seguro es que esa persona sea un envidioso.
Debemos tener esta sospecha aunque éste nos parezca un ser superior, un periodista famoso, un célebre político, un intelectual muy conocido. Ni su prestigio ni los elogios que recibe deben inducirnos a engaño.
El mundo está lleno de envidiosos que se identifican con sus gestos, y que están muy dispuestos a asociarse con su malignidad. Los envidiosos en sí son sus propios fans, sus propios clientes, su personal ejército silencioso.