Todos tenemos derecho a calmarnos, a tomar nuestro tiempo y pensar antes de actuar para decidir lo mejor; a buscar que nuestro trabajo sea lo mas agradable posible; a pedir ayuda, a descansar, a buscar el éxito, a tener alegría y buen humor, a ser feliz con lo que se vive en cada momento.
A ilusionarnos, a soñar, a crear, a desarrollar el potencial personal en todos los sentidos; a competir constructivamente, a cambiar de metas y prioridades, a sentirnos bien por como somos y aceptarnos de esa manera; a evitar conflictos que consideramos innecesarios o a gente que nos parece perniciosa o malintencionada; a elegir los mejores ambientes para nosotros, a pedir con firmeza buenos servicios, buenos médicos, trato cordial, etc.
Este derecho al bienestar parecería obvio, pero en la vida real, los hechos nos demuestran lo contrario, que nos torturamos sin necesidad. Solemos contaminarnos tanto por captar solo lo nocivo que caemos en el juego de minimizar los buenos acontecimientos.
Algunos de nosotros, cuando nos sentimos demasiado bien, podemos incluso hasta sentir culpabilidad; recuerdo a un ejecutivo que en su primer merecido viaje por cuenta de la compañía vivió la experiencia ¡sintiéndose mal por lo que gastaba y negándose el derecho a estar feliz!
Por otro lado, es nuestra obligación respetar que otra persona busque su bienestar y salga al encuentro de sus propias formulas, aun y cuando no sean las que nosotros elegiríamos. Es nuestra responsabilidad vivir nuestro bienestar sin afectar los derechos de los demás.
Nadie es responsable por lo que tú tienes que vivir -y defender- en términos de tus derechos. No hay victimas, nosotros mismos nos ponemos en esa condición. Si tu no has aprendido a expresar tus necesidades, o a identificarlas y hacerlas patentes, ¿Quién podrá sustituirte en tal tarea?
El problema es tuyo y la solución tiene que salir de ti. Es esencial movilizarse para alcanzar el bienestar.