Guardar rencor es una insensatez. Lleva a la peor de las frustraciones, porque representa un dolor mayor que el sufrido originalmente.
Al recordar los agravios, el haber sido defraudados, engañados, humillados, ¿no alimentamos el fuego de la cólera una vez más? ¿no sentimos eso cada vez que nuestra memoria se fija en las personas que nos hicieron mal?
Nuestra propia memoria se convierte en una película de los pasados encuentros con el dolor, que se repite una y otra vez, interminablemente. ¿Es acaso justo para nosotros mismos infligirnos el castigo de no perdonar?
La única manera de aliviar ese dolor que no desaparece por sí solo es perdonar a la persona que nos lo causó.
El perdón sana nuestra memoria, pues le da una nueva visión. En cuando deja de relacionar al ofensor con la ofensa, el perdón extirpa un tumor maligno de nuestra propia vida interior. Libera con ello a un preso: a nosotros mismos.
Fuente: Forgive and Forget