Envidio las cosas a las que no se les puede poner precio.
Envidio a la gente que, estando de pie, es capaz de dar una voltereta hacia atrás.
Envidio a quienes han participado en una guerra y han sobrevivido.
Envidio a aquellos que hablan con soltura un idioma extranjero.
Envidio a los actores que poseen el don de conmover y deleitar al público, al grado de que este quisiera que la obra no terminara nunca.
Envidio a las personas que pueden viajar al extranjero con tan solo una maleta ligera.
Y envidio, sobre todo, a esos pocos seres que comprenden que la vida es un frágil contrato, rescindible en cualquier momento por la otra parte, y que viven en consonancia con ese pensamiento.