sábado, 27 de noviembre de 2010

El ingenio de un marido


Después de una cena navideña de empresa que ha acabado en noche de juerga espectacular, un fulano -hombre casi ejemplar el resto del año- regresa a su hogar a muy altas horas de la madrugada.

La gira nocturna incluyó copas en cantidades industriales, dos paquetes de cigarrillos, media docena topitos de tequila -uno detrás del otro- y una visita concienzuda, en compañía de los amigotes, a los más selectos table dance de la localidad, donde nuestro individuo se gasto hasta el ultimo peso del aguinaldo recién recibido. Pueden imaginar, por tanto, el estado deplorable en el que el ciudadano -llamémoslo piadosamente Manolo, sin señalar a nadie- se baja del taxi y, haciendo eses, se encamina al portal de su casa.

Allí, tras conseguir con mucho esfuerzo meter la llave en la cerradura, entrar a su casa y encender la luz, nuestro Manolo se contempla, espantado, en el espejo de la sala.

¡Ah!, grita al verse.

No era para menos. Con los antecedentes referidos, pueden imaginar el cuadro: la ropa en desorden, el pelo revuelto, los ojos enrojesidos, manchas rojas de carmín y negras de rimmel en la camisa y en la cara.

A eso hay que añadir varios chupetones en el cuello, arañazos de la nena que le hizo el privado y un ojo moreteado que le puso el cadenero de una discoteca cuando quiso entrar mamado hasta las trancas.

Todo eso, bien espolvoreado de maquillaje brillante en la cara y la chaqueta. Hasta en las cejas y el pelo tenia.

"En la madre", se dice aterrado, mirándose en el espejo. "A ver cómo le explico esto a mi mujer."

Con ese fúnebre pensamiento, Manolo empieza a subir las escaleras hacia la recámara y mientras lo hacia estudiaba los daños colaterales en un espejo que su señora coloco como adorno. Se acerca para verse mejor y se acongojó aun más.

"Como mi vieja esté despierta, me patea hasta echarme a la calle y para siempre", razona desesperado. "¡Menuda ruina, Dios mío!... ¡Me he buscado la ruina!" Porque es imposible, concluye, disimular los mordiscos, chupetones y arañazos, o eliminar las manchas rojas del chillón carmín puteril. Y por más que se sacude las solapas, la cara y el pelo, tampoco logra borrar las huellas delatoras del no menos traidor polvillo brillante.

"Me va a matar", concluye desolado. "De ésta, no me salvo, ya me cargo el payaso...." y se queda cavilando

Se para ante la puerta de la recamara. Temblando de pánico y con la masculina mente trabajando a toda prisa, Manolo gira lentamente el picaporte de la puerta, con mucha delicadeza, pues se le había quitado lo borracho desde que se miro en el espejo, y al entrar se topa con la funesta confirmación de sus temores: -¿De dónde vienes así, pedazo de cabrón?

En efecto. Allí está la fiera de su mujer vestida con una bata de fina seda que le regalo en su cumpleaños y una mascara de aguacate ya ennegrecida, los brazos en jarras, un pie calzado con zapatilla golpeando rítmico e impaciente en el suelo, y una cara de mala leche explicable por el hecho de que acaban de dar las seis de la mañana en el reloj de cuco -suizo, regalo de bodas- del vestíbulo.

-Loli, no te lo vas a creer. ¡Acabo de pelearme con un pinche payaso!
Related Posts with Thumbnails