En días pasados tuve una platica con un amigo con el que no lo hacia desde hace un buen tiempo, y no es porque no quiera, lo que pasa es que su forma de ser no me agrada del todo.
No me gusta hablar mal de la gente, pero en esta ocasión haré una excepción; este amigo es muy especial, muy dado a vanagloriarse de todo lo que logra, de resaltar cualquier triunfo, por mas pequeño que sea con el afán de opacar a los demás; vanidoso, orgulloso, le encanta todo lo material y lucirlo ante todos.
Pocas veces habla bien de alguien y cuando lo hace se refiere como "casi es tan bueno como yo". Le es difícil demostrar cariño, afecto. aprecio por las personas y cuando lo hace no pasa de un "que te vaya bien".
Platique con él largo y tendido, lo hice con la calme que ameritaba la oportunidad; me escuchó tranquilamente y con ganas de comprender mis palabras. Trataba de justificar su manera de ser con frases como " así son todos!", "el que esté libre de culpa...." terminando con la clásica "si no les gusta, ni modo, que se aguanten o que se vayan".
No queriendo desaprovechar la platica le insistí en que siendo de esa manera corría el riesgo de quedarse solo, si es que no lo está ya, lo cual lo hizo recapacitar y atender a mis súplicas.
Le hice ver que nada se gana con la vanidad, el orgullo y el egoísmo, que son falsos escalones para alcanzar el éxito. Que para triunfar en la vida se tiene que ser buen hombre, buen esposo, buen padre, buen hijo, buen amigo, todas juntas y no solo alguna de ellas.
Poco a poco le fue cambiando el semblante y su manera de pensar, terminando por aceptar lo ruin que es y prometiéndome que cambiaría.
Yo sé que no lo hará, es un cabeza dura, volverá a sus andanzas y seguirá siendo como es; pero allá él, no sabrá lo que pierde hasta que sea demasiado tarde.
Caray, que bonito es, de vez en cuando, platicar con uno mismo.