En otros tiempos, los ejércitos llevaban balas de cañón, temerosos de toparse de pronto con el enemigo, y no tener con qué dispararle. En términos de gravedad específica, los rencores son casi tan pesados como las balas de cañón.
Pero resulta inútil llevar consigo los rencores. Lo mas probable es que “el enemigo” ni siquiera advierta la enemistad de usted, y de seguro le asombraría enterarse de que usted ha estado acechándolo con una bala de cañón en el bolsillo.
Por tanto, revise sus rencores. Haga lo que los ejércitos cuando terminan las hostilidades: despréndase de todas las balas de cañón. Luego, compruebe con alborozo lo fácil que es andar por la vida sin ese peso.