La agresividad es el acto de expresión, directa o indirecta, que castiga o viola los derechos humanos de los demás.
Es la forma de expresión de pensamientos, emociones u opiniones que, con el fin de defender las propias necesidades o derechos, atacan, violan el respeto, la autoestima, la dignidad o la sensibilidad de otra persona.
Este estilo de expresión crea muchos problemas. Enojarse fuertemente afecta al individuo y puede llevarlo a insultar y a ofender. Seria muy provechoso aprender a expresar el enojo en forma respetuosa y, mejor aun, a no enojarse por tantas cosas que no valen la pena. Estas dos alterativas son totalmente posibles si aprendemos a usar los recursos personales con los que fuimos intrínsicamente dotados.
Sentir enojo, como cualquier otra emoción, es de gran valor informativo para nosotros. El enojo puede ayudarnos a responder amenazas físicas o ataques reales, a defender derechos que han sido violados -o están al borde de serlo-, o a definirnos ante situaciones que requieran autenticidad de nuestra parte; pero la forma de enojo es totalmente aprendida del medio, a través del proceso de socialización, y puede encausarse hacia la buena comunicación.
Existen mitos que perpetúan las acciones incorrectas respecto al enojo y la manifestación agresiva. Por ejemplo, se cree que ser agresivo “ya viene de familia”, como una especie de fatalismo genético por el cual simplemente somos victimas de nuestro propio cuerpo que nos “pide” agredir. “En mi casa todos nos prendemos como cerillos”.
La agresión no esta bioquímicamente determinada no es un instinto innato en el hombre, como lo demuestran diversas investigaciones. Aun cuando tengamos la posibilidad de agredir y sepamos incluso crear guerras, siempre podremos elegir entre aniquilar o cooperar.
Tampoco es cierto que la frustración necesariamente lleva a la agresión. Si alguien que no cubre sus expectativas y da paso a razonamientos flexibles y racionales, la decepción que experimenta puede llevarlo a reacciones positivas y no a conductas destructivas.
La agresión puede expresarse, por ejemplo, yendo al campo, donde nadie nos escuche, y sacando el enojo gritando y desahogándonos al máximo, de tal forma se logra una buena relajación. Sin embargo, queda aun pendiente el hecho de que agredir es solo una alternativa y tú eres siempre quien decide actuar o no de esa manera. Ahora bien, con la actitud y la habilidad interpersonal adecuada podemos moderar eficaz y saludablemente tus sentimientos y expresarlos con respeto.