martes, 22 de septiembre de 2009

Todo Depende del Cristal con que se Mire


Platicando la otra noche con un familiar, a quien aprecio mucho, me comentaba que de un tiempo para acá venía discutiendo mucho con sus padres. Que se sentía totalmente incomprendido.

Agregaba que le parecía imposible no poder entenderse con ellos si siempre lo había hecho, sobre todo, con su papá, al cual consideraba como un tipo fantástico, pero ahora él se portaba como si pensara que era un tonto, - me decía- todo lo que yo hago le parece mal, o inútil, o peligroso o inadecuado. Y cuando intento explicarlo es peor, no hay dos ideas que podamos compartir.

No se que esta pasando en ellos - terminaba diciendo - , es como si se encapricharan en posturas obtusas y pasadas de moda, no son tan mayores como para no entender a los jóvenes...

Comencé por explicarle que la edad no es justificante de incomprensión entre padres e hijos, que lo mas seguro era que la cautela de los mayores brilla por su ausencia en los jóvenes, después de unos minutos de charla vino a mi mente un cuento que leí en la red hace tiempo que creí apropiado para terminar con la platica:

La Gallina y los Patitos

Había una vez una pata que había puesto cuatro huevos... Mientras los empollaba, un zorro atacó el nido y la mató.Por alguna razón no llegó a comerse los huevos antes de huir, pero estos quedaron abandonados en el nido.

Una gallina clueca que pasó por allí, encontró el nido sin cuidados y su instinto la hizo sentarse sobre los huevos para empollarlos.

Poco después nacieron los patitos y, como era lógico, tomaron a la gallina como su madre y caminaron en fila tras ella.

La gallina contenta con su nueva cría, los llevó hasta la granja.

Todas las mañanas después del canto del gallo, mamá gallina rascaba el piso y los patos se esforzaban por imitarla. Cuando los patitos no conseguían arrancar de la tierra un mísero gusano, la mamá sacaba para todos sus polluelos, partía cada lombriz en pedazos y alimentaba a sus hijos en sus propios picos.

Un día, como otros, la gallina salió a pasear con su nidada por los alrededores de la granja. Sus pollitos, disciplinadamente, la seguían en fila.

Pero de pronto, al llegar al lago, los patitos de un salto se zambulleron con naturalidad en la laguna, mientras la gallina cacareaba desesperada pidiéndoles que salieran del agua.

Los patitos nadaban alegres chapoteando y su mamá saltaba y lloraba temiendo que se ahogaran. El gallo apareció por los gritos de la madre y se percató de la situación. —No se puede confiar en los jóvenes –fue su sentencia— son unos imprudentes.

Uno de los patitos que escuchó al gallo, se acercó a la orilla y les dijo: —No nos culpen a nosotros por sus propias limitaciones.



No pienses, le dije, que la gallina estaba equivocada, tampoco el gallo, ni los patos son unos prepotentes y desafiantes. Ninguno de ellos está equivocado, lo que sucede es que ven la situación con cristales diferentes.

El único error, por lo general, es creer que el cristal con el que se ve es el único desde el cual se divisa la verdad.
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