miércoles, 24 de noviembre de 2010

El granjero y el Leprechaun


El Leprechaun es un duende solitario que pasa su tiempo fabricando zapatos, si oyes el sonido de su martillo, él está trabajando y sabes que lo has encontrado. Si lo capturas, puedes obligarle a que revele el paradero de su tesoro, pero si lo pierdes de vista por unos segundos, él desaparecerá.

En la mitología celta, un leprechaun es un tipo de elfo o duende que habita en la isla de Irlanda desde antes de la llegada de los Celtas. Como otras razas mitológicas de la tradición irlandesa, los leprechauns se consideran criaturas de naturaleza dual material y espiritual.

Las imágenes del leprechauns, especialmente las que se ven cuando se acerca el día de san Patricio, suelen mostrar un hombrecillo vestido de verde. Alguna vez se muestra con barba y fumando en pipa. Cuando está trabajando, suelen usar un delantal de cuero de zapatero y un pequeño martillo con el que fabrica o arregla pequeños zapatos de hada.

Lleva dos petacas de cuero. En una hay un chelín de plata, una moneda mágica que regresa al monedero cada vez que paga con ella… en la otra lleva una moneda de oro que usa para probar y sobornar su salida de situaciones difíciles. Esta moneda se convierte en hojas o cenizas en cuanto el leprechaun a pagado con ella.

Los leprechauns son también llamados guardianes de antiguos tesoros (abandonados por los Danos cuando estuvieron por Irlanda), enterrados en vasijas u ollas. Esta puede ser una de las razones por las que los leprechauns tienden a evitar el contacto con los seres humanos, a los que tachan de criaturas estúpidas, frívolas y codiciosas. Si son capturados por un mortal, prometerán grandes riquezas si se les deja marchar.
 
Este cuento típico sobre el ingenio del leprechaun se ha contado en Irlanda durante generaciones:

"Un granjero se encontraba trabajando en sus tierras cuando descubrió por casualidad a un hombrecillo que se escondía bajo una hoja.

Convencido de que se trataba de un leprechaun, el granjero capturó enseguida al hombrecillo en su mano y le preguntó dónde tenía escondido el oro.

El leprechaun sólo deseaba que le liberasen, por lo que enseguida le reveló que su tesoro se hallaba oculto debajo de un arbusto cercano.

Sin soltar a su diminuto cautivo, el granjero se encaminó hacia el lugar indicado, pero resultó que el arbusto estaba rodeado de otros cientos de arbustos idénticos.

Como no tenía a mano ninguna herramienta para cavar, se quitó uno de sus calcetines rojos y lo ató a una rama para marcar el arbusto que el leprechaun le había señalado.

Cuando se dirigía a su casa en busca de una pala, el leprechaun le señaló que ya no necesitaba sus servicios para nada y le pidió que le liberara.

El granjero accedió, pero no sin antes hacerle prometer que no iría a quitar el calcetín ni a llevarse el oro.

Buena idea… pero no resultó como esperaba.

Cuando el granjero regresó al campo a los pocos minutos, ¡todos los arbustos estaban marcados con calcetines rojos idénticos!.
Podrán decir lo que quieran de los leprechauns, pero decir que faltan a su palabra, eso nunca.
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