miércoles, 5 de mayo de 2010

El Zapatero Remendon

En días pasados, leyendo una revista francesa, Le Figaro Magazine, me encontré con un relato que al leerlo me hizo reflexionar.

El relato se los transcribo directamente de la revista, su autor es Ariel Merinie:

El Zapatero Remendón

Mi zapatero remendón ya es viejo, trabaja en el Marais, centro histórico de Paris. Cuando le lleve mis zapatos, me advirtió: - No tengo tiempo. Lléveselos al zapatero de la esquina; él se los reparará en seguida.

Pero hacia tiempo que yo observaba su taller. Tan solo con ver su mesa de trabajo colmada de herramientas y retazos de cuero, me daba cuenta de que él era un experto artesano. Así pues, repliqué:
- No, creo que él me los echaría a perder.

El otro zapatero era de esos que pegan tacones y hacen llaves “mientras uno espera”, sin saber mayor cosa sobre reparación de calzado o cerrajería; el tipo de gente que trabaja sin cuidado, y que, cuando terminan de coser la correa de la sandalia, uno bien puede tirarla a la basura.

Mi remendón elegido vio que no me daría por vencido, y sonrió. Luego se restregó las manos en el delantal azul, miró mis zapatos, y me pidió que con tiza anotara mi nombre en una de las suelas. “Vuelva en una semana”, me indicó.

Me marchaba ya, cuando del estante sacó un esplendido para de finas botas de piel, y, lleno de orgullo, comentó: “¿Ve usted lo que puedo hacer? Solo tres personas en Paris hacemos este tipo de trabajo”.

Al volver a la calle, el mundo me pareció diferente. Aquel venerable artesano parecía salido de una leyenda medieval, con su hablar franco, su aura misteriosa, su empolvado sombrero de fieltro, su gracioso e inidentificable acento, pero sobre todo, el gran orgullo que sentía por su trabajo.

En estos tiempos, en los que lo único que cuenta son los resultados, cuando uno puede hacer las cosas como sea, con tal de que “dejen” o “rindan” beneficios, en una época de que, en fin, la gente considera el trabajo como el camino al consumismo irrestricto, y no como el medio para desarrollar nuestras capacidades intrínsecas, es un consuelo excepcional el encontrar un zapatero remendón que por mayor satisfacción tenga el orgullo del trabajo bien hecho.

Una obra bien lograda constituye un titulo de nobleza; sea cual fuere su oficio, el trabajador consciente y honrado que procura cumplir con su deber, sin mas ambición que la de conservar el respeto por sí mismo, tiene tanta dignidad como un artista celebre.

La aristocracia hereditaria no existe. La gente honrada y laboriosa constituye la única aristocracia autentica.
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