Doc Watson, maestro de la guitarra, se quedó ciego a los dos años de edad,
pero su familia nunca lo hizo sentirse inválido.
“Mis hermanos me llevaban a jugar con ellos al aire libre”, cuenta Watson.
“Yo trepaba a los árboles y me caía, igual que ellos.
Así conocí el espacio en torno mío,
y aprendí a encontrar objetos, guiándome por el eco”.
Su padre contribuyo de manera especial a reforzar esa autosuficiencia.
“Tenía yo once años”, rememora Watson,
“cuando la guitarra hizo acto de presencia en mi vida.
Mi padre me entregó un pequeño banjo, y me dijo:
“Aquí tienes, hijo. Trata de tocar muy bien esto,
y quizá te ayude a enfrentar al mundo”.
En vez de confinarme en un rincón y lamentarse de que fuera yo ciego,
me puso a prueba.