En su actitud abierta hacia la vida, los pequeños nos muestran cosas que los adultos no logramos ver porque somos demasiado listos.
Al crecer, muy pronto nos convencemos de que debemos dejar atrás todo vestigio de la infancia, si queremos que la gente nos tome en serio. Al hacerlo, nos privamos de algo muy valioso.
La carencia de ese espíritu suprime nuestra capacidad de ser sencillos, espontáneos, conscientes, confiados, abiertos a la vida.
Estas características no tienen que morir cuando crecemos. Podemos recuperar este saludable espíritu infantil prestando atención a las lecciones que -día con día- nos ofrecen los niños.
A continuación unas cuantas actitudes aprendidas de los niños:
1.- Aligérese el corazón. Las largas y tediosas horas en la oficina a veces nos dejan demasiado embotados para poder gozar de la vida. Como no es posible evitar las exigencias laborales es recomendable distraer nuestra mente practicando algún deporte ocasionalmente. Los niños juegan todo el tiempo y, ¿cuando los ve preocupados o angustiados? Jugar le da nueva energía a la gente agotada por el exceso de trabajo. Aligerarse así el corazón nos permite relajarnos y gozar de cada día, en vez de solo sobrellevarlo.
2.-Maravíllese ante el mundo. Es posible que la peor blasfemia que diga una persona, sea ver las obras de Dios y comentar: “¿Qué importa?”. Sin embargo, las preocupaciones, el trajín de la vida y tal vez la monotonía nos deja sin la capacidad de maravillarnos ante lo natural. Aristóteles nos enseño que la filosofía empieza con la capacidad de admirar. Por eso los niños son filósofos. “¿Cuan alto esta el cielo? ¿Por qué los perros mueven la cola? ¿Cómo saben las hojas cuando tienen que cambiar de color? ¿Qué había aquí antes de que Dios creara el mundo?” Dese tiempo para disfrutar el mundo conociéndolo más. Plantéese interrogantes que estimulen el intelecto, obligándole -como a un niño- a reflexionar en temas de mayor importancia que su persona.
3.- Atrévase a ser autentico. “¡Pero los perros no son verdes! ¿Por qué lo pintaste así?” “Así me lo imaginé y así lo pinté.” Muchos descubrimientos científicos y creaciones artísticas han surgido en el mundo por esta especie de audacia infantil.
4.- Abrase a la fe. “Quien me va a besar las raspaduras cuando tú no estés aquí? Ya sé Dios”. Esta sencilla, pero firme creencia de que existe la divina providencia les da fortaleza y seguridad a los niños. La creencia y la fe le dan más valor al corazón. Los niños son confiados por naturaleza, nacen con una enorme capacidad para ser francos y para creer. Aprenden a ser cautelosos y temerosos de los adultos.
5.- No le ponga barreras al amor. La mayor lección que nos dan los niños quizá sea la de comunicarse con el amor. Cuando pierden a una mascota no lloran ni entristecen para siempre, piensan: “por lo menos lo tuve por algún tiempo”. En sus ojos se puede ver la belleza y la madurez que surgen por haber amado con todo el corazón. Aprenda a no huir del amor por temor a ser lastimado. El gozo del amor es más grande que el dolor de cualquier herida sentimental. ¡No le pongas barreras al amor! Vale la pena correr cualquier riesgo.
6.- Ame incondicionalmente. Los niños nos enseñan también el amor incondicional. “No te preocupes mama, yo te quiero cuando eres buena y también cuando me regañas”. Nuestro amor es mas profundo cuando amamos con la plena e indiscriminada compasión del niño.
"No vemos bien sino con el corazón". Escribe Antoine de Saint-Exupéry en "El Principito". Los niños sobresalen en esta visión del corazón.
A veces, los adultos necesitamos que los niños nos muestren cosas que ya no podemos ver, porque somos demasiado listos. En su actitud abierta hacia la vida, nos recuerdan todo aquello que es en verdad importante.