Cuando se habla de perdón, de caridad, nos acordamos inmediatamente de los ancianos, de los marginados. Y que por eso, para ejercitar la caridad, es necesario "salir de casa".
Pero no se nos ocurre pensar que el primer territorio en donde debemos manifestar la caridad, la paciencia, la comprensión, la generosidad, la delicadeza, la fantasía del amor, el aguante secreto de los defectos ajenos, el respeto, es el familiar.
Hay personas “sensibles y abiertos a las instancias sociales”, y dicen que su corazón “late al compás de las necesidades del mundo”, pero no caen en la cuenta de tener en su propia familia un pedacito de “necesitados”, en el olvido, porque su corazón esta empeñado en latir en otra parte.
Personas que son muy amables, pacientes, cariñosas, con títulos de generosidad, desinterés, capacidad de escucha, ternura, delicadeza….. pero, solo estando fuera de la casa. Ah! Pero para los de casa no quedan ni las migajas: falta de atención, desinterés, frialdad, impaciencia, “ahora no tengo tiempo de escucharte…”, “de eso habaremos en otra ocasión…”, “Con tantos problemas en mi trabajo, no tengo tiempo para oír tonterías, ni historias”.
Cuando hablamos de personas comprometidas sería bueno pensar en gente verdaderamente comprometida en lo que pregonan, en el servicio, en la escucha, en la manifestación de la paciencia y de la real caridad. Pero esto, también, dentro de las paredes de la casa. ¿Será esto posible?