Tres mujeres iban a una fuente a llenar sus cántaros con agua. Junto a la fuente, en una banca de piedra, estaba sentado un anciano que las observaba en silencio y escuchaba sus pláticas.
Las mujeres estaban alabando a sus respectivos hijos. Decía la primera: “Mi hijo es tan esbelto y ágil que nadie se le compara”. La segunda decía: “Mi hijo canta como un ruiseñor. Nadie en el mundo tiene una voz tan bella como la suya”. “Y tú ¿Qué dices de tu hijo?”, le preguntaron a la tercera, que estaba callada. “No sé que decir de mi hijo”, respondió. “Es un buen muchacho, como muchos. No sabe hacer nada en especial….”.