Tenemos derecho, dado que no somos una fuente de energía ilimitada, a establecer prioridades, a organizar el tiempo, a descansar y abastecernos de vitalidad, a rehusar peticiones y decir no a ciertas demandas que se interponen con aquello a lo que damos primacía, a establecer metas realistas, a no dar el máximo siempre sin medida, a tener privacidad y elegir como responder a las circunstancias de la vida.
Este derecho se contrapone a algunos valores no bien analizados que exigen al ser humano cierto tipo de perfección: “debes ser siempre servicial”, “debes poder siempre con todos los retos”, “debes dar siempre lo mejor de ti”. Por ser tan extremosas estas actitudes son francamente inhumanas, objetivos -en muchas de las ocasiones- imposibles de alcanzar.