El viejecito ocupaba el menor espacio que podía, no quería ser notado ni quería ser una molestia, su necesidad lo orillaba a esa situación.
Había quienes se sentían importunados por esa mano arrugada que se extendía con una muda petición de que se le depositara algo.
Y muchas veces lo único que recibió fue una mirada desdeñosa.
Por tener que esperar a una persona, estacioné mi automóvil cerca de él y así fue como tuve la oportunidad de observar, cómo un anciano mendingante tocaba la vida de los demás, de manera sutil y discreta.