Platicaba en días pasados con unos amigos y uno de ellos hacia mofa de los sueños de las personas, se ufanaba él de no tenerlos pues todo lo que pensaba lo hacia realidad sin darle tiempo a sus ideas a tener la calidad de ser sueños.
Tener sueños es una de las bondades del ser humano, todos los tenemos, por mas pequeños que seamos y mínimas que sean nuestras ideas, estas no dejan de ser sueños. El que alguien los quiera llamar de otra forma –o no hacerlo por su nombre- es su libre expresión.
Los sueños es algo que nunca se debe dejar de lado, no se debe renunciar a ellos con la facilidad como quien se cambia de ropa. Nos ayudan a ver como seríamos -o estaríamos- en caso de que se cumplan y a la vez fijar objetivos que sin ellos nos harían divagar o caminar sin sentido.
Hay quienes renuncian a sus sueños demasiado pronto, como si fuesen en un avión en caída libre y tuvieran la urgencia de deshacerse de todo el peso posible con el fin de mantenerlo en vuelo.
Creo que una de las cosas que se pierden conforme la vida de las personas se desmorona, es precisamente sus sueños. Los sueños son lo último que deberíamos perder: constituyen las preciadas posesiones con las que hemos de hundirnos.
Si yo me viese abandonado a la deriva en medio del océano, asido tan solo a un madero flotante, colocaría la palabra sueños sobre ese madero.