En todos los casos, el poder suele envanecer -y envilecer- a las personas, tanto que hasta dan por hecho que lo que deciden es lo mejor para sus gabernados.
Desoyen las necesidades de la gente y se preocupan solo por sí mismos.
Pocos son los que atinan a ser personas de bien, el resto, si los son, solo hacen el bien propio.
Cuenta una historia que hace muchos años había un rey, el cual maltrataba a su pueblo con altos impuestos, represión y censura. Un día recibió la visita de un hombre santo.
“Di una oración por mí y por mi reinado, pidiendo que Dios tenga piedad de todos” exigió el rey.
El hombre santo inmediatamente rezó: "Señor Misericordioso, acaba con la vida de este hombre”.
El rey se puso furioso: “¿Qué plegaria loca es ésta?”
“Es lo mejor que puede sucederos, porque así no cometeréis más pecados, y también es lo mejor para vuestro pueblo, que se verá libre de tantas injusticias”.