En días pasados tuve la fortuna de encontrarme con una persona que tenia muchos años de no verle, no éramos amigos pues solamente nos veíamos ocasionalmente en eventos sociales en los que coincidíamos por cuestiones familiares.
Me sorprendió mucho su aspecto físico, avejentado, enfatizado por un caminar lento, “como perdonando el viento”, su forma de hablar pausada, como pensando cada palabra que fuese a decir.
Cuando le pregunte: ¿Cómo te ha ido? Se limito a contestarme: “Bien, pero ni modo….”, no sabia si su respuesta era para no seguir hablando o una especie de reclamo contenido.
Seguimos platicando -a pesar de la cortante respuesta y el ruido insoportable de la música del evento- y poco a poco me fui dando cuenta de la enorme insatisfacción que traía a cuestas por no tener lo “mucho que algunos tienen” y no se merecen.
Se refería a una serie de posesiones que, como lo comentaba, daban estatus y muestra de que era un exitoso en la vida, algo que denotara que le ha ido bien.
Su evidente frustración por no tener lo que tenían otros estaba acabando con su vida, si es que aun la tenía.
A manera de desahogo le fui preguntando lo que el envidiaba de cada una de las personas que consideraba no se lo merecían, aclarándole que éramos nadie para juzgar si era así o no.
Poco a poco fuimos viendo, en cada persona que mencionaba, que ellos tenían problemas de otra índole, personales y de familia, menos económicos, había uno que sus hijos le salieron vagos y derrochadores, otro termino siendo un alcohólico, otro mas estaba separado de sus esposa, a otro su hijo le mintió que estudiaba en USA con los consiguientes gastos y tiempo perdido.
Así, uno a uno, de todos los que enumeró, ninguno quedo exento de fuertes problemas familiares y personales que ningún dinero del mundo pueden solucionar.
Conforme avanzábamos en la plática se fue dando cuenta que esos problemas no los tenía él, sus hijos, si bien no muy exitosos, habían terminado sus estudios y contaban con un trabajo decente y bien remunerado, no habían caído en los vicios de las drogas o de algún otro tipo y lo querían y lo respetaban.
Su esposa lo veía con ojos de quinceañera enamorada, y se desvivía en atenciones para con él; tenia su casa propia y un vehiculo -no de modelo reciente- pero en buen estado.
Después de esta larga platica me di a la tarea de disfrutar el evento, buscándolo, con la mirada, ocasionalmente y notando que permaneció un buen rato como viendo al vacío, tal vez haciendo una búsqueda dentro de si mismo, como queriendo encontrar respuestas….
Al momento de retirarnos nos despedimos con un fuerte abrazo, muy diferente al inicial, y me dijo con una gran sonrisa: ¡Que gusto haber hablado contigo!
Hay ocasiones en la vida en que el tener mucho no es sinónimo de felicidad o éxito, el tener suficiente y saberlo ver como tal es lo importante y hay que disfrutarlo, no vaya a ser que la ceguera te haga querer demasiado y eso te vaya a consumir.