Un viejo ermitaño fue invitado en cierta ocasión a ir a la corte del rey más poderoso de su tiempo.
-Yo envidio a los hombres santos, que se conforman con tan poco – comentó en soberano.
-Yo le envidió a Su Majestad, que se contenta con menos aún que yo. Yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, y tengo la luna y el sol, porque llevo a Dios en mi alma. Su Majestad, sin embargo, apenas tiene este reino.