En la época actual -seguramente se han dado cuenta- los cambios que ha sufrido nuestra sociedad han sido muy radicales, entendiéndose por esto ultimo como un brinco de una generación a otra en vez de que sea a través de varias generaciones.
Los valores que se pregonaban hace años ahora brillan por su ausencia. De ellos, uno de los mas significativos -y básicos para el bien vivir- es el respeto. Por desgracia este valor a venido a la baja y lo que antes se consideraba como una virtud -el saber respetar- ahora su ausencia es estandarte de la irreverencia.
La falta de respeto antes se veía como los lunares de nuestro cuerpo, uno aquí, otro por allá. Ahora, por desgracia, nos ha invadido como viruela.
Para contrarrestar esta ausencia de valores no basta el inocular a las generaciones futuras pues su efecto tardará en manifestarse un buen tiempo. Pero bien se podría apocar esta carencia con una gran dosis de sentido común, buen decir y mucha paciencia por parte de los que ahora nos sentimos afectados.
Hace algunos meses mi esposa y yo nos detuvimos a tomar un trago en un bar campestre donde los únicos parroquianos eran tres hombres de edad que, sentados en un rincón, contemplaban en silencio sus tarros de cerveza. De repente entro un grupo de jóvenes armando bulla, y siguieron hablando y riendo en voz alta. La paz del ambiente quedó rota.
Al cabo de un rato, uno de los hombres se levanto, caminó pausadamente hacia el grupo y toco en el hombro a uno de los jóvenes.
"Les necesitan allá afuera", dijo sin alzar la voz."¿Ah, si? ¿Quien?""Todos los que estamos aquí", comentó el viejo, que ya regresaba a su asiento.
Como ven, el caso no es quedarse callados ante tal situación, pero tampoco envalentonadamente enfrentarla.