La buena verdad tiene que encontrar el "momento" para ser dicha, el "tono" en que es servida, el "tiempo" necesario para dejarla que madure en el alma del oyente y la "sonrisa" que le sirva de introducción.
Y es que una verdad mal dicha es media verdad y media mentira. Una verdad avinagrada tiene altísimas probabilidades de ver cerradas las puertas de la comprensión de los oyentes, pero no por lo que tiene de verdad, sino por lo que lleva de vinagre.