La niña paso varias semanas con un diente flojo; pero, cuando se le cayó por fin, sus padres no habían decidido aun cuanto dinero debería de darle “el ratón”.
Discutieron largo rato. Los 25 centavos que ellos habían recibido por cada diente de leche valían mucho menos en esta época, y correrían el riesgo de que su hija se desilusionara al ver lo que había debajo de su almohada.
No obstante, el regalo de un dólar que recibían algunos condiscípulos suyos parecía demasiado e implicaba falsos valores.
No obstante, el regalo de un dólar que recibían algunos condiscípulos suyos parecía demasiado e implicaba falsos valores.
Por eso, en nombre de la tradición, optaron por la moneda de 25 centavos de dólar, que la madre cambio esa noche por el diente, sin que la descubriera la hija.
"¡Vino, vino!", grito la pequeña a la mañana siguiente, al tiempo en que enseñaba la moneda. “¡Vino el ratón! ¡Yo lo vi! Tenia pantaloncitos amarillos”.
Sus padres habían olvidado que “el ratón” no representa dinero, sino magia.