Cuando escuchamos a nuestro interlocutor, sin prestarle atención, pensamos lo que vamos a decir nosotros en nuestra próxima intervención, originando la sensación de no escuchar activamente.
Pensamos más rápido que hablamos. Podemos pensar entre 350 y 700 palabras por minuto. Frente a hablar y a escuchar entre 130 y 150 palabras por minuto. Este desfase permite al cerebro, cuando escuchamos, distracciones en otras cosas y para que ello no ocurra hay que realizar un esfuerzo adicional.
El desgaste de energía. Los humanos tendemos a realizar el menor esfuerzo necesario. La escucha requiere un esfuerzo de atención personal y una predisposición mental para captar los mensajes.
La volatilidad de la memoria. Parte de la memoria es volátil. Al escuchar un mensaje, al cabo de unos segundos parte de él se ha volatilizado. Transcurridas unas 48 horas sólo conservamos aproximadamente una cuarta parte del mensaje.
Los prejuicios. Prestamos atención a aquello que nos interesa según nuestros estereotipos. Nos dejamos influir por los juicios que tenemos de antemano del emisor o su mensaje.
La alteración emocional. Cuando en una comunicación nos sentimos atacados o manipulados, se produce una perturbación emocional y nos desconectamos de la escucha, pasando a contraatacar.
Las barreras intelectuales. Fatiga, cansancio intelectual, preocupaciones que tenemos. Tendremos grandes dificultades para escuchar.
Las barreras físicas como los ruidos en el entorno, la falta de iluminación, el espacio físico reducido son factores que influyen importantemente entre el oir y el escuhar.