El maestro de aikido exigía entrenamientos intensivos, pero jamás permitía que sus alumnos participasen en competiciones con otras academias de artes marciales.
Todos protestaban por eso, pero nadie tenía el valor de comentar este asunto en la clase.
Hasta que, cierta tarde, uno de los jóvenes osó plantear:
- Nos hemos dedicado con todo nuestro corazón al estudio del aikido. Sin embargo, jamás sabremos si somos buenos o malos luchadores, porque no podemos enfrentar a nadie de afuera.
- Espero que nunca necesiten saberlo - respondió el maestro -. El hombre que desea pelea, pierde su contacto con el Universo. Nosotros estamos estudiando aquí el arte de resolver los conflictos, no de iniciarlos.